Me hieres, me das placer. Te odio, te amo.


Me hieres, me das placer. Te odio, te amo.

Siento el olor a jabón y tu respiración en mi cuello… espero, escribo. Casi oigo tus músculos alinearse en una sonrisa, mientras lees la primera línea.

- ¿Me hieres, me das placer? – no te contienes y sueltas una risita suave -. Déjale el psicoanálisis fílmico a Resnais. A ti no te queda, querido Hiroshima.

Te volteas y te sientas en la cama, y yo te maldigo mentalmente, mientras pongo la línea en itálicas. Me conoces demasiado bien, odio que lo hagas. Odio en lo que te has convertido, el ser cínico y sarcástico que no tiene nada que ver con quien antes, al menos, te tomabas el tiempo de aparentar ser.

Siento cómo te mueves alrededor del cuarto y no puedo concentrarme en lo que escribo. Tu presencia me irrita. Eres la cosa que deambula a mi alrededor, que critica, que destroza, que me mata. Eres el fantasma del romance pasado.

Finalmente, me volteo a mirarte. Estás sentada en un sillón, de espaldas a mí, en tu bata de baño. Miras frente a ti y te peinas el pelo mojado. Sientes mi mirada y te volteas hacia mí.

- Ya no sé quién eres. ¿Acaso no recuerdas nada? – te digo. Y me dedicas esa media sonrisa burlona.

- Lo recuerdo todo, Hiroshima – dices, y te sigues peinando, aún con la vista fija en mí.

Cómo te detesto. Cada pedazo de ti, cada idea que tienes, cada recuerdo que representas, lo odio. Y más aún; me odio a mí mismo por haberte amado.

- ¿No queda una pizca de romanticismo en ti? – exploto – ¿Te has terminado de convertir en una completa arpía?

Y te ríes. Realmente, te ríes. Veo tus ojos azules, casi violetas, burlándose de mi vulnerabilidad.

- ¿Y tú quién te crees que eres? – dices cuando acaba tu estallido, aún dirigiéndome una sonrisa – ¿Alguna clase de héroe literario del siglo diecinueve?

- ¿Y quién se supone que tengo que ser? ¿Otro cínico que…?

- ¿Sois Lancelot? – preguntas, ignorándome. Gesticulas teatralmente, humillándome -. ¡Mas, perdonadme… me he equivocado de siglo! ¿El elegante y orgulloso señor Darcy, quizá? No, no sois él. ¿El cínico y amoroso Rhett Butler? No… ¡oh! ¡Oh, sois Heathcliff! ¡HEATHCLIFF!

- Te odio.

Me diriges una media sonrisa.

- O al menos así lo pareces – dices sin mirarme, y caminas hacia el closet.

- No te quiero aquí – digo a tu espalda. Asientes, sacas el vestido de flores que sabes que me encanta y con un movimiento te quitas la bata.

- Ya lo sé.

De nuevo me siento a escribir, decidido a no mirarte. Aún así, con el rabillo del ojo, noto cómo lentamente te amarras el vestido, sin ponerte ropa interior.

Nunca fue meramente sexual, nunca fue una simple atracción. La dulzura que irradiabas, tu romanticismo, tu inocencia pícara, tu inteligencia, era eso lo que me atraía a ti. Todo lo que ahora ha desaparecido, excepto ésta última, que usas para herirme.

- No creas por un momento que voy a extrañarte – le digo a mi teclado. Tú bufas.

- No dudes bajo ningún motivo que lo harás – tu voz se oye lejana de repente.

La puerta cierra detrás de ti. Ni siquiera te molestas en dar un portazo, sólo la cierras – no queda un solo gramo de pasión en tu ser.

Y así sales de mi vida. Me alegro. Un final vacío para un capítulo vacío, una historia sin subidas ni bajadas…

Aunque no es justo. Sí las hubo. Igual que los vi llenos de burla, también vi tus ojos en éxtasis, en agonía, en desolación, en felicidad absoluta. Te besé, te regañé, te acaricié, te grité, reí contigo y te amé con locura. Y lo podría seguir haciendo.

Oigo un trueno. Miro hacia la ventana, y veo cómo ha empezado a llover a cántaros. Ya no estás a la vista; habrá pasado media hora desde que te fuiste.

Mejor. No te extraño.

No extraño tu olor perenne a jabón, tu voz suave, tu sarcasmo. Lo odio. Odio que sea parte de ti, que sea lo único que queda de ti. Odio que tu caminar arruine mi día, odio no poderme concentrar cuando tú estás cerca, lo odio.

Odio que no pueda concentrarme tampoco ahora, que siga pensando en ti. Te odio por no odiarme, te odio por no amarme. Te odio por irte, te odio por haberte quedado tanto tiempo.

No, no es cierto. Sólo me odio a mí mismo. Ni siquiera; me compadezco por extrañarte, por no aguantarte y seguir queriéndote a mi lado. Por amarte aún, por amarte más todavía.

Veo cómo cae otro rayo frente a mi ventana, seguido por un trueno: se quema el bombillo.

Maldigo, y me levanto a prender la lámpara. Al encenderla, veo que entraste con el trueno… creo que las sombras no te dejan ver que sonrío.

Respiras con dificultad. Estás empapada hasta los huesos; el vestido se ha pegado a tu cuerpo y moldea cada centímetro de tu figura. Me miras a los ojos, y veo que los tuyos, los usualmente violetas, están rojos: en tu rostro, las lágrimas se confunden con el agua de lluvia.

- Sé quien quieras ser – me dices con la voz quebrada -. Sé Heathcliff, sé tú, sé Hiroshima, no me importa. Pero no me dejes ir.

- Nunca – te digo, y te doy un abrazo. Lentamente desabotono tu vestido, y te regreso tu bata.

Tú también sonríes, y otra lágrima corre por tu mejilla, mientras te la pones.

Vuelvo a sentarme y, de nuevo y como siempre, te escribo. Quizá algún día pueda separarme de ti, pero soy adicto a ti, a lo heterogéneo de tu humor, a tu pasión desapasionada, a tu sarcasmo hiriente.

Te sientas en mi regazo y me besas. Realmente sí te odio. Y no podría odiarte tanto si te amara menos.

3 comentarios:

Anónimo 7 de junio de 2007, 21:41  

Los sentimientos tan complejos y extraños sincoerenci alguna es lo q hace al humano tan interesante. Me encanto el final.

D. C. Salazar 9 de junio de 2007, 18:55  

Vivan los amores sórdidos y las relaciones obsesivas :D Delia likes!! A lot!!

carolina 28 de noviembre de 2008, 11:07  

Rosas rojas para una dama triste
Rosas blancas para un amor imposible
Abro una ventana al infinito
Y el sepulcro muestra su boca abierta
Y el pasado se reencuentra en una fiesta
De insultos, ironía y silencio
Reaprendo a escribir el presente para no inventar
Un tal vez que suene a mentira o a imposible

Me quede atrapada en el sinsabor de algo que quiso ser
Sonata inconclusa escrita para dos
Cuantas veces me lance sin paracaídas
Y caí libre y sin miedo y me rendí
En las notas dulces de una mentira

Perdí el norte, si alguna ves lo hubo
Siguiendo el mutismo sordo de tu garganta
Perdí mis manos en la caricia mutilada de tiempo
Y añeja de ganas que nunca fue mas que la inútil esperanza
De un tiempo que no fue mío y ya no es mas que el sueño perdido
Del insomne que aun existe en mi alma

Ese, que prendió a los ojos cerrados la angustia
En el pueril intento de borrar la rabia
su silencio torpe abrió la puerta a la tierra arada
por manos extrañas, la oscuridad, bruma que se cuela blanca entre las hendijas de la piel marchita de años sin palabras…forma rejas donde a tientas los dedos se enganchan
Sangran los ojos en la bruma blanca, sangran las uñas encajadas, sangra el alma
De tanta rabia, sangra la libertad enrejada…
Sangra la palabra que calla…la vida se va, los sueños se labran.
Y en el rosal siempre habrá una rosa blanca.

起死回生

起死回生
Wake from death and return to life

Facebook Widget

Seguidores