La Copa



La copa cayó del brazo de la silla. Vi en cámara lenta los pedazos de vidrio como pequeños diamantes esparcirse en el aire con delicadeza y caer finalmente con un suave tintineo al suelo; luego el vino en su torrente de amargos rubíes de terciopelo se derramó gota por gota, como lágrimas de sangre en la madera, dejando pequeños charcos aquí y allá. La mitad inferior de la copa seguía allí, resistiéndose a romperse como el resto. Yo te miré y reí.

Sabía que te gustaba mi vestido negro, y cómo se ven mis piernas cuando las cruzo. Sabía que te gustaba verme fumar mientras te miraba con malicia. Por eso estaba ahí, en la esquina del sofá de cuero, sintiendo su textura áspera contra mis piernas y mi espalda desnuda, mirándote fijamente, con mi cigarro en los labios: esos labios oscuros que tanto te provocaban.

Dejé el cigarro en el cenicero y me levanté. Caminé lentamente hacia la ventana, escuchando el eco de mis tacones en el profundo vacío que el silencio entre nosotros producía. Eso también te gustaba, ¿verdad? El sonido de mis tacones. Sobre todo cuando los escuchabas en el pasillo; adivinabas mis pasos, te colabas en mi mente, sabías qué quería hacer solo con escuchar mis pasos vacilantes cerca de tu puerta.

La noche estaba serena y fría, el aire olía delicadamente a lluvia y a tu colonia. Esa colonia que me desarmaba y me dejaba a tu merced. Era muy fácil para ti doblegarme ¿sabías? La colonia, la corbata gris y la sonrisa de lado: con eso ya era tuya. Pero ya no. El olor de tu colonia se desvanecía, lentamente se mezclaba con el olor del vino y del cigarro y de la lluvia creando una amalgama placentera de cosas que fueron y ya no son ni serán jamás; como tu colonia, tu corbata gris y tu sonrisa.

Vencida por una debilidad momentánea fui hasta tu silla, aún caminando lentamente, sintiendo el bamboleo que producen los tacones, saboreando el eco. Me senté en tus piernas y te abracé con un último dejo de ternura. Sentí el roce de tu traje en mi piel; recordé la primera vez que me abrazaste. ¿La recordarías tú? Esa mañana soleada en la que me invitaste a bailar y me negué. ¿Se sintió bien obligarme? ¿Te gustó tomar mi brazo y abrazarme con violencia hasta que cedí? Apuesto a que te sentiste hombre; yo te sentí hombre. Y por eso estoy aquí, por eso estuve aquí todo este tiempo. Fue tu embrujo.

Tu respiración era serena y profunda. Siempre me tranquilizó escucharte respirar a mi lado, sentir cómo mi respiración se acompasaba con la tuya creando una sola y armoniosa exhalación. Pasé mi mano por tu suave rostro, sin una marca, ni una cicatriz ni una arruga. Ese rostro perfecto y liso de mirada lasciva y labios incitantes que tanto me asustaban y tanto me hicieron feliz en mi infelicidad auto inflingida. Me dolías, cariño. Me dueles aún, tal vez por eso te amo. Por tu aspereza y tu frialdad que tanto me hicieron apegarme a ti; por tu lejanía en cada beso que me hacia sentir odiada mientras al mismo tiempo no podías vivir sin mí. ¿Podré yo vivir sin ti?

Me levanté de tus piernas limpiando una lágrima negra y solitaria de mi mejilla. No tenía sentido llorar, ya todo acabó; lo sentí en el aire, mezclado a tu colonia y a la lluvia y al vino y al cigarro. La copa que dejaste caer seguía allí, a medio morir, a medio derramar: igual que nosotros, ese nosotros que nunca significó nada para ninguno pero que sin embargo era mi pilar de resistencia. Nosotros estábamos a medio morir. La copa de vino terminó de matarnos: a mí con tu partida y a ti con mi veneno. Pisé con la punta del tacón la mitad incólume de la copa, que tintineó agonizante, mientras escuchaba la nota trémula de tu última exhalación, como el final de una sinfonía de derrumbe, de Apocalipsis, de decadencia, de amor, dolor y muerte. Ya te fuiste. Ya terminamos. Morimos los dos mi amor, la copa nos asesinó, a ti con la muerte y a mí con un adiós.

3 comentarios:

BabeDeJour 9 de junio de 2007, 18:50  

¿Qué nos pasa últimamente con la idea del romance sórdido y destinado al fracaso? ¿Es que ya no nos creemos el cuento de Disney del felices para siempre? Capaz y que el pseudo intelectualismo romántico nos está ganando... o algo así. En todo caso, ya te lo había dicho, me gusta mucho =D

carolina 12 de junio de 2007, 6:16  

El amor siempre sera impoible...el campo de lo posible se llena de usadas y viejas costumbres...amamos lo que no tenemos, lejano y ajeno debe ser para que siga puro y etereo, el amor no tiene cara ni forma, y si llega a tenerlo nunca lo llames amor, quiza deje de serlo. No hay lagrimas por las caras, ni las copas, siempre habra una ventana abierta, ceniceros sucios de labios ahitos de besos, oliendo a a humo y vino, siempre habra un sofa, a veces no de cuero, y siempre existira un vestido negro....en la extreña costumbre de enterrar a los muertos.

Un besotee ...bye. Sigue escribiendo.

Pandacucho 12 de junio de 2007, 20:14  

Las hormigas se encontraron un escremento de perro con forma de hormiga (o eso veían) y dedicaron su vida adorarlo. Desde entonces el olor a escremento de perro encabeza las listas de perfumes más comprados en la avanzada civilización de las hormigas.

Si nos entrenan para ver el amor de este modo, ni modo que lo veamos de otro


Me gu - ta!

起死回生

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Wake from death and return to life

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