Victoria




Victoria se cansó de caminar. Se cansó de andar vagando con su balanza, pesando corazones justos e injustos. Se cansó de ver la balanza inclinarse hacia la izquierda. Demasiados corazones livianos, llenos de aire, llenos de nada. Demasiados corazones que no podían inclinar la balanza a su propio favor. Se cansó de caminar y se sentó en la proa del navío que partía con el sol hacia Samotracia.

Victoria escondió su cara detrás de sus manos y lloró. La balanza infalible resquebrajó su voluntad de piedra; pronto el llanto resquebrajó también su piel. Las lágrimas saladas fueron levantando pequeños sedimentos de piedra. Primero se deshicieron sus pestañas, luego las mejillas, luego los ojos. Se deshizo en llanto hasta que sus manos fueron pedacitos de piedra gris en la cubierta de la nave. Se deshicieron sus brazos de tanta sal y agua en su llanto. Se deshizo su cara de tanto llorar.

El capitán del barco vio a Victoria, sentada fugitiva en la proa. Niña de piedra resquebrajada, hecha de sedimentos grises que perdían fuerza poco a poco y caían al suelo. Niña sin cara, sin cabello, sin manos, sin brazos, sin fuerza para más. El capitán lloró por ella, lloró de su llanto para que ella, ya sin rostro, pudiera terminarse de desahogar.

Lloró por la niña desdibujada hasta que no pudo llorar más.

El capitán recogió los pedazos de piedra gris que quedaron regados por la cubierta y la balanza que la niña de piedra, sin brazos, ya no podía sostener. Fundió la balanza en la fragua del puerto. Unió los pedazos de piedra y sobre ellos vertió el hierro líquido.

Ya el barco estaba por zarpar. El capitán se acercó a la niña de piedra que aún se sentaba en la proa. "Guía mi barco" le dijo, y a cambio le regaló un par de alas. Alas de piedra y hierro que el agua ya no podía desdibujar.

Victoria se sentó en la punta del barco, de cara al viento, de cara al mar; sin miedo ni a la sal ni al agua, sin miedo a los corazones vacíos. Victoria guió el barco hasta su puerto y, ya en Samotracia, voló; voló con alas de hierro y piedra hacia el cielo, hacia el fuego, hacia la tierra y hacia el mar.

La lluvia


Desde siempre, la lluvia: bañándose en ella, con la vestimenta ciñéndosele al cuerpo. En la locura de la caída, danzando con ella, queriendo mezclarse… hasta que, finalmente, lo hace.

En el sin sentido de la lluvia, feliz como se es al entender desde el instinto, por ilógico que parezca todo. Luego, al ya ser parte de la lluvia, pasa el viento y se encarga de las miles de gotas, llevándolas a conocer lo más absurdo, maravilloso y recóndito.

Queda pues una gota, un mínimo pedacito del ser anterior (de esos que son todo y nada, por supuesto)... una gotita que llega, como quien no quiere la cosa, a los labios de quien inspiró todo.

Entonces, el Destino.


La niña


La niña no duerme. Mañana empezará temprano porque tiene que ir al colegio, pero no duerme. Es tanta la emoción por dormirse y ver qué pasará en sus sueños, que no se siente en absoluto cansada, quedándose mirando al techo.

En la mesita de noche, una copia de Peter Pan. Ella la mira, y aún no concilia el sueño: anoche los piratas la secuestraban, Peter la rescataba y, junto a los Niños Perdidos, planeaban por el país de Nunca Jamás.

La niña suelta una risita: no estaba Wendy con ellos, ya no. Ella había decidido crecer, y ahora era su propio turno.

Se revuelve en la cama, aburrida. Quiere volar de nuevo, quiere soñar, quiere tomar leche y comer galletitas. Se levanta y las busca, pero no alcanza el tarro… pero no importa, ahora que es una niña perdida tiene habilidades de supervivencia, y, montándose en una mesa, alcanza el tarro y saca una galleta. Vuelve así a la cama, orgullosa.

La niña no duerme. Se termina la galleta, se toma la leche y deja el vaso vacío, con cuidado, al lado de Peter Pan.

No le tiene miedo a Garfio, claro que no: los piratas son tontos y feos. Como su maestra de matemáticas, ella también es tonta. Seguro es pirata y novia de Garfio, ja, ja.


La niña empieza a tener frío y se arropa con fuerza, acomodándose en la almohada. Bosteza. Sí… la maestra es tonta, y grande, bú. Seguro Campanita se burla de ella, claro que sí, por verrugosa y…

La niña ve una luz pululando cerca de su ventana. Su mamá dice que se llaman luciérnagas, pero su mamá es adulta y no entiende. La niña sabe que es su hada. Sonríe y, bostezando de nuevo, murmura:

- Yo sí creo en las hadas.


Finalmente, la niña duerme. Vuela en el país de Nunca Jamás.


El caballero andante


El caballero andante va por el desierto, cabalgando con paso firme. Ha dejado atrás las justas, los juegos, las fiestas y las doncellas: les ha dado la espalda, creyendo huir y queriendo expiar.

No carga consigo más que una edición de Las Mil y Una Noches, escrita a mano y con caracteres árabes: la misma copia que su madre le leía todas las noches en su niñez. También a ella la dejó atrás, cuando bajó al Hades. Con ella se desvaneció el último vestigio que lo anclaba al mundo. Entonces, y sólo entonces, emprendió su viaje.

Había llegado a ser todo muy confuso, demasiado. Se desordenaban los tiempos, todos se amalgamaron en uno solo, la nada era todo, y nada tenía sentido. No entendía, pero todo le sonaba mal y parecía ser su responsabilidad: de golpe cayó su máscara de vanidad, y quedó al descubierto la sensibilidad desgarradora.

Eso fue entonces; ahora, galopa. Galopa con fuerza, hacia lo desconocido, alejándose más y más de todo lo anterior. En tanto más se aleja, con más claridad lo ve…

Pero no aún, no aún. Ahora, deja atrás luces y sombras, todas mezcladas; se dirige a las tinieblas, a través del desierto, de la selva y de las aldeas. Los ideales de la Mesa se evaporan, convirtiéndose en instinto; el mago yace desde hace mucho congelado bajo su propio hechizo, y no volverá a ayudarlo.

Quienes pasan al lado del caballero andante quedan encandilados ante su presencia: brilla, estalla, atrae, encanta, maravilla. Exuda todas las cualidades por las que el mundo espera, todas las que él mismo ama. Pero para él sólo existe su propio camino sin rumbo, sus tinieblas y su expiación.

Sin más que su hermoso manuscrito, el caballero galopa. Ya no espera glorias, ni tan siquiera molinos: sólo existe la oscuridad que persigue, y Las Mil y una Noches.

Fantasía y oscuridad. Atrapado en su propia libertad, bajo dos ciclos opuestos y siempre repetidos. Galopa, galopa y galopa.


起死回生

起死回生
Wake from death and return to life

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