La Sombra


Una puerta de hierro, aparentemente infranqueable. Una que ha estado ahí siempre… que no se veía a simple vista pero, una vez te acercabas, era tan inmensa que no quedaba más que preguntarse cómo no se había visto desde un principio. Puerta que, se sospechaba, ocultaba tras sí aspectos tan intensos que eran incontrolables, hasta convertirse en una sombra casi demoníaca.

Llegó un hombre alto y se posó frente a la puerta. Era mera casualidad: tan sólo se había parado ahí porque estaba en su camino, y se encontraría con alguien frente a ella. Pero la sombra no sabía eso y, en su ansia de salir, miró al hombre a través de la rendija, con pena. Él le dirigió su mejor sonrisa… la sombra, desesperada por ser descubierta, puso toda su confianza en él y se entregó a la luz del día.

Era un seductor y la sombra lo sabía. Sabía y negaba. Pero necesitaba salir, porque el hierro empezaba a oxidarse dentro de su corazón, pudriéndola a pedazos, revolviendo su oscuridad.

La sombra le abrió sus pasiones incontrolables… las que renacían al morir y consumían por completo:

La pasión sexual, que emitía ondas de calor tan intensas que filtraba fuego real a través de sus poros. La pasión posesiva, que lo envolvía casi físicamente. Y la pasión gutural, que controlaba todas las demás: que salía del estómago, alimentando cada célula y tangibilizando a la sombra, poco a poco; hasta que ésta quedó en carne y hueso, como una mujer desnuda.

El hombre se encogió de hombros y siguió su camino: la persona a la que esperaba había llegado al encuentro, así que ya no necesitaba pararse frente a la casa de la mujer desnuda.

La mujer quedó sola, desnuda y sola, en el sitio en el que había quedado la sombra de él. Estaba devastada: había entregado su existencia al seductor, y ahora se sentía perdida, sin rumbo, sintiéndose más sombra que nunca.

Como alma en pena, la mujer, siempre desnuda, llegó a un río. Casi sin pensarlo, en tanto temblaba, se sumergió en él… y, mientras empezaba a notar que no se desvanecía (como lo hacen las sombras al tocar agua), vio una pluma blanca y pequeña. La pluma era llevada por el viento, ligera y sin rumbo, hasta posarse en su mano. Ella la miró, ahí en su palma y sonrió: la pluma susurraba viejas palabras, de esas que había oído a través de su puerta de hierro, en tanto añoraba el mundo de las luces sin estar lista para salir a él.

La pluma, entonces, voló nuevamente, dirigiéndose a tierras más áridas: ya había cumplido su cometido del momento, y acaso volvería alguna vez.

La mujer vio, finalmente, que ya no era una sombra y nunca volvería a serlo… porque el camino de la carne es más atractivo y hermoso que el de las sombras cargadas de óxido. Porque su seductor no había sido más que una puerta en sí mismo, un pase a la humanidad: un filtro.

Consciente de su desnudez y la belleza salvaje en ella contenida, regresó a casa con paso firme; su alma presente y, a un tiempo, volando con la pluma blanca.

Al llegar frente a su antigua prisión, el visage había cambiado: la puerta, antes de hierro, era ahora una cortina de cuentas azules, que contenían los mismos sonidos del mar.

La mujer sonrió y, haciendo las paces con su anterior opresor, entró a casa: nunca había sido presa de nadie excepto ella misma.


1 comentarios:

Pandacucho 20 de mayo de 2009, 16:59  

Esto, con algunos cambios aquí y allá, podría ser un cuento infantil.

Hermoso.

起死回生

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Wake from death and return to life

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