N/T


El primer paso fue difícil pero, en fin, algun día tenía que pasar. Encendí el carro y crucé las calles y avenidas que me sabía de memoria y llegué a la casa. Esa casa que a veces era castillo de piedras que susurran y a veces cabaña llena de flores, dependiendo del humor y del recuerdo. Tantos años sin ir, tantos años huyéndole a las tejas caidas y las paredes desteñidas. Algún día tenía que pasar.

Aún recordaba los trucos para hacer funcionar las llaves, levantar en la primera puerta, empujar en la segunda y quitar la cadena interna desde afuera contorsionando los dedos en la tercera; la última vez que lo hice mis manos cabían sin problema por la abertura entre la puerta y el marco. Cerré detrás de mi y aspiré el aire a encierro prolongado, a secretos en las esquinas, a tic tac de los relojes.

La casa estaba oscura, pero no de claroscuro romántico, sino de ese oscuro teñido del marrón del decaer descorazonado, del lento corroer de los armazones, que huele a que algo se está pudriendo desde hace tiempo y a nadie le interesa. Ni las cortinas parecían haberse movido; las puertas hacían el mismo rechinar y los fantasmas aún observaban en los rincones altos de los pasillos.

Mis pies se movieron solos por los caminos habituales de mi infancia, de la sala a la cocina, de la cocina al patio, del patio a mi habitación. Recorrí la casa atrapando los recuerdos que llegaban, decantándolos y ensartándolos en una aguja: una risa, una lágrima, un golpe de niñez, una galleta a escondidas, una cena navideña, un saber qué hacer en un momento de miedo, un beso antes de dormir. Los malos recuerdos quedaron donde estaban, agazapados en los rincones, amenazando con salir.

Tenía que verte. Sabía que estabas ahí, siempre has estado ahí, incluso en mis sueños. Crucé el pasillo que siempre me aterró de pequeña, después de tantas conversaciones sobre sombras que se dejaban ver de vez en cuando, y que nunca se dejaron ver para mi. Abrí la puerta y entré al cuarto. Allí estabas, acostada en la cama, con el edredón de siempre, con la ropa de siempre, con el desdén de siempre. Hablamos, dijiste mucho sin escuchar nada. No querías perder la costumbre ¿verdad?. Tu presencia seguía provocando en mi el mismo miedo de infancia, la misma sensación de que lo que diga estará mal. No sé cuantas veces soñé que te gritaba para intentar que me escucharas, y en todos los sueños mirabas hacia tu derecha, siempre tu derecha, para que yo me diera cuenta que te importaba poco, no sé qué era, pero te importaba poco. Tu voz está más inestable, pero sigue siendo esa voz que escuchaba como el sonido de un cello quejumbroso, que me llenaba de ansiedad.

Dijiste algunas cosas que no debías decir, algunas otras que no quería escuchar. Como siempre ocurre, no pude escucharte más. Ya había hecho lo que tenía que hacer. Me despedí de lejos por última vez. Tu voz me siguió sin acompñarme hasta la entrada del pasillo. Tu voz de cello, tu voz de mando, esa voz que sólo una vez en su vida, y sólo a Dios, supo dar las gracias.

2 comentarios:

BabeDeJour 27 de agosto de 2009, 10:07  

Sentí la presencia leyéndolo... y creo que sabes que me aterra más que las sombras del pasillo (a esas estoy acostumbrada, supongo). Really haunting, loved it.

Charal 28 de agosto de 2009, 8:03  

Que me recorrio un escalofrío! y me quede pensando quien seria? Supongo que para cada uno, un lugar y un nombre distinto...

Bien logrado! ^^

起死回生

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Wake from death and return to life

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